Según el Génesis, Eva y su comilona de manzanas prohibidas provocaron enfado divino y expulsión paradisíaca de la primera pareja humana.Como resultado y hasta hoy, el hombre es un dios caído que anhela a los cielos, huérfano de la felicidad. Mientras, su compañera de ADN cargó con la culpa del pecado original a la sombra acechadora del Maligno.
Así nació la concepción católica de la mujer y el duradero síndrome de diabolización de las féminas. En tanto la díscola costilla de Adán, revestida de despojos de pieles, a golpes de zapatillas se fue a crecer y reproducirse con su avergonzado esposo para poblar la Tierra inmensa (ahí estamos tú y yo), surgió un compensatorio estereotipo femenino, de perfección y virginidad perpetuas, María.
Mal comenzó la cosa y peor siguió en la Grecia del misógino Aristóteles, quien consideró a la mujer “un proyecto fallido de macho”, cuya mejor virtud era el silencio (entender sumisión).
A la sazón, los padres inventores de la Democracia, negándole cualquier derecho cívico y por tanto cualquier cargo público en la progre polis, la toleraron como objeto reproductor, esclavizada, desheredada, a menudo asesinada y siempre,siempre muda.
(Lástima que Freud que no hubiese nacido,
sugiriendo que la razón casi siempre habla en voz baja).
En el año 585 vivió Europa una tremenda duda:
¿tiene o no ese ser pecador un alma?
¿Y en tal curioso caso, era vegetal, demoníaca o animal?
Por fortuna, ahí estaban las flechas de la divina iluminación o condescendiente Concile de Macôn (Burgoña, Francia) para restablecer la surrealista situación.
Se adjudicó a la mujer un anima humano, sin embargo y como no, únicamente creado para servir a sus amos y señores, los hombres.
Así se traslada una de la infamia a la casi dignidad... puesto que después de tamaña revelación, las cosas quedaron como estaban.
Controladas por el intolerante patriarcado imperante, las mujeres prosiguieron con su sólita singladura, verbigracia silenciadas, casadas, maltratadas, repudiadas, explotadas o directamente asesinadas.
1325 años más tarde, en Copenhague y 1910, una de sus sufridas descendientes, la alemana Clara Zetkin, sindicalista marxista e histórica figura feminista, propuso durante el Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, el 8 de marzo para celebrar una festividad anual de la Mujer, a la sazón con tintes revolucionarios.
Entre conquistas socio-laborales soñadas, reclamaba el derecho al sufragio universal femenino. Además, ese recordatorio celebraría dos eventos neoyorquinos supuestamente ocurridos a la misma época: en 1857, la primera marcha de trabajadoras textiles y en 1908, una huelga de 40,000 míseras costureras reclamando mejoras laborables y prohibición del escandaloso trabajo infantil.
Parte de las obreras, apresadas por los dueños de la Cotton Textile Factory en Washington Square, no pudieron unirse a la huelga.
Para colmo surgió un incendio y 129 de ellas murieron atrozmente,atrapadas en el edificio que sería su ataúd. En su dolorosa memoria se ideó el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, respaldado por muchos Estados y Naciones Unidas, que la oficializó en 1977.
Hoy día, del 1,5 millar de humanos que malviven entre cinturón del hambre y extrema pobreza, un 70%, excedentario en dolor, horror e impotencia, es femenino. Ahí queda eso.
Los derechos humanos de la mujer son parte inalienable, integrante e indivisible
de los derechos humanos internacionales.
(Reedición).